Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

lunes, 14 de mayo de 2018

Casta Diva.


“Allí donde se agotan las palabras
comienza la música”
(E.T.A. Hoffmann, 1776-1822)
María Callas (Nueva York, 1923-París, 1977) fue la mujer que dejó de ser mujer para convertirse en diva. Vivió por y para la ópera. Esta es una realidad que, lejos de desmentir, reafirma el rendido documental de Tom Volf Maria by Callas(Francia, 2017). Ha habido muchos tenores, desde los míticos Julián Gayarre, Hipólito Lázaro y Enrico Caruso, hasta Mario Lanza, Giuseppe di Stefano, Luciano Pavarotti, Mario del Monaco, Alfredo Kraus, Plácido Domingo y José Carreras. Pero solo ha habido una voz soprano perfecta que podamos identificar con todo el rigor y la disciplina del bel canto: la de la Callas. María sumaba, a su voz extraordinaria, una figura esbelta y distinguida y un talento interpretativo más que adecuado. Su naturalidad en el canto –su perfecto dominio de la técnica vocal-- le permitía no descuidar nunca la composición del personaje, ofrecerse y ofrecerlo al público para que fuera seducido, atrapado por la acción. Se trataba de no volver una ópera aburrida, animándola con la majestuosidad de su presencia, jamás acartonada, sino entregada con pasión y deleite a la fuerza del libreto.
Callas fue Norma por antonomasia. Bellini fue su compositor preferido. Es posible escuchar “Casta Diva” por Victoria de los Ángeles, Renata Tebaldi o por Montserrat Caballé, pero en seguida uno se dice: --Está bien, pero no es lo mismo. María tenía una voz extremadamente aguda a veces, que podía subir más que otra cantante,  pero a la vez delicada, cálida, envolvente. Que se sepa, ha sido única en el mundo operístico. Consagrada a su papel de eterna “Prima donna”. De los actos que podía tener una ópera, siempre había que esforzarse más en el último, pues es el que mejor va a recordar el público.
El largometraje presentado ahora por Volf, de casi dos horas de duración, recupera los mejores y los peores momentos de la Callas: su tropiezo en Roma, por una bronquitis, con la profunda decepción que causó en la audiencia; su determinación de no concluir una representación, aquejada de una depresión. Su ruptura profesional con Sir Rudolph Bing, director del Metropolitan. Se leen cartas íntimas, se recuperan películas en Super-8 y alguna larga entrevista perdida hace décadas. Se plasma su tormentosa relación con Aristóteles Onassis, un señor bajito y con mucho dinero. Una relación de amistad larga y dependiente para ambos.
Se presenta a la Callas estrella de cine, durante el rodaje de Medea, de Pier Paolo Pasolini. Se acompaña con escenas familiares junto al director, en la playa o en el campo. Sus conciertos. Vemos colas de seguidores, entre ellos muchos chicos y chicas jóvenes que duermen varios días en la calle, para conseguir una entrada. Saben que van a asistir a algo fuera de este mundo, una magia única, irrepetible.
Quizá se echa en falta una justa mayor profundización en su matrimonio con Gian Battista Meneghini, quien aportó una sustancial financiación para los primeros montajes operísticos de su esposa. María estuvo dispuesta a renunciar a su nacionalidad estadounidense para conseguir el divorcio y quedar libre. Pero Onassis torció los planes cuando, inesperadamente, se casó con Jackie Lee Bouvier, la viuda de J. F. Kennedy.
El material utilizado ha sido cuidadosamente restaurado, hasta mostrar una nitidez brillante. La calidad sonora es otro mérito del filme. Un reportaje que enamora por la fuerza conjunta de sus imágenes y de su música. Tentado está el espectador de prorrumpir en un aplauso durante el metraje, al crearse la impresión de un directo. Si el bel canto es siempre arte, María by Callas nos rinde la alta cumbre de su perfección.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de 2018.
[Dedico esta reseña a mi buena amiga Catalina T., quien disfrutó conmigo de esta maravilla musical. Muchas gracias, Cata.]

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Giovanni Battista Meneghini, industrial y melómano, murió ayer en Verona (Italia) a los 85 años, víctima de un infarto. Meneghini estuvo casado con la cantante María Callas, a cuya memoria ha sido fiel hasta sus ultimos días. Esa fidelidad le condujo a enfrentarse duramente con los biógrafos -«falsos», según él- que tuvo la diva.Meneghini se casó con la Callas poco después de conocerla, en 1947. A pesar de su separación posterior, él fue siempre el primer defensor público que tuvo la cantante.
Desde entonces, el melómano decidió desafiar la contrariedad de su familia y dedicar toda su vida a la mujer que acababa de conocer. Su desinterés le llevó a abandonar sus boyantes negocios industriales. La unión de ambos duró hasta 1959, fecha en que ella le abandonó para vivir con el magnate Aristóteles Onassis. Volvía María a sus raíces griegas.
Meneghini pasó su soledad en una villa retirada del mundanal ruido al que le había llevado la Callas. La muerte de ésta en París, en 1977, supuso para él el comienzo de una gran depresión, acrecentada por sus diferencias con la familia de su ex mujer. Meneghini quería que el cadáver de la diva estuviera enterrado cerca de la casa que compartieron ambos en Verona. No lo consiguió: las cenizas del cadáver de María Callas fueron dispersadas sobre el mar Egeo, por decisión de los familiares directos de la extinta. [El País, 23-01-1981]