Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 22 de octubre de 2017

La luz y el movimiento.

París. Exposición Universal de 1900. Los visitantes se trasladan sobre una pasarela mecánica horizontal, como la que hoy tenemos en cualquier estación de Metro. Lo captaron, en una película de menos de un minuto, los creadores del cinematógrafo proyectado, los hermanos Lumière (Louis y Auguste).
Llega ahora a los cines el documental ¡Lumière! Comienza la aventura (Lumière! L'aventure commence, Francia, 2017), una recopilación de ciento ocho cortometrajes de 50 segundos cada uno, minuciosamente restaurados y reproducidos en su formato original, por el Instituto Lumière de Lyon. Su director, Thierry Frémaux, es también el narrador del filme. Una amena forma de reconocer el talento de estos dos hermanos empresarios y cineastas, que repartieron sus cámaras por medio mundo y llegaron a sumar más de 1.400 negativos (entre 1895 y 1905).
En aquella época no se podían sacar copias de un negativo. Como consecuencia, cuando este se deterioraba por el número de pases, había que volver a rodar la película. Es así que hoy se conservan varias versiones de La salida de los obreros de la fábrica (hasta tres) o de El regador regado (dos).
Las primeras películas presentadas por los Lumière eran documentales. La llegada del tren a la ciudad, captada en diagonal con la vía, causó pánico y sensación en el parisino Salón Indio del Gran Café, en el número 14 del Bulevar de los Capuchinos, el 28 de diciembre de 1895. El tren parecía querer arrollar a los espectadores. 
Otras cintas de los hermanos mostraban escenas familiares o costumbristas: una niña jugando con un gato (inspirada en los lienzos de Renoir, y posiblemente, el primer plano medio de la Historia), un bebé comiendo, unos jóvenes bañistas, niños jugando a las canicas… También hubo un amplio espacio para la comedia: el sombrero versátil, los jinetes que no aciertan a subirse a la montura, las guerras de bolas de nieve, el cortejador sorprendido, el manteo… 
Conscientes ya de la posibilidad de ofrecer en un mismo plano general varias escenas, los Lumière lo ensayaron en varios momentos. Por ejemplo, la extracción del coque caliente, en la zona baja de la pantalla, es observada por unos curiosos –de pie, en el área intermedia de la misma--, mientras que unos operarios arrastran unas vagonetas en la parte superior del encuadre. Tres escenas en un único plano. Como luego diría Raoul Walsh, solo hay un emplazamiento para la cámara.
Aunque la cámara solía permanecer siempre anclada al suelo (la manera favorita de rodar después del gran John Ford), de tal modo que en un partido de fútbol se veía a los jugadores, pero poco la pelota, los técnicos de los Lumière se atrevieron a montarse en un globo aerostático, para filmar en su ascenso a los transeúntes, o en una lancha con marinos remeros, y captar el esfuerzo de estos. Asimismo, utilizaron barcos para tomas de travelling o el ascensor de la Torre Eiffel para mostrar su corazón de hierro.
En Extremo Oriente, captaron los estragos del colonialismo: unas señoritas elegantes tiran puñados de monedas a una manada de chiquillos desarrapados, como si se tratara de migas a las palomas. O los críos de una aldea de Vietnam corren tras la cámara, que los filma desde un palanquín. Hasta los testigos mudos de la Historia Antigua formaron parte del catálogo silente de los hermanos, ya sea la esfinge de Guiza en conjunción con la Gran Pirámide.
Los Lumière se dieron cuenta de las enormes posibilidades del cinematógrafo. Es la primera vez que, en pantalla grande, se pueden disfrutar varias de sus películas en su genuino esplendor, con la luz y la nitidez adecuadas, sin incómodos parpadeos ni ralladuras en la imagen, que se ofrece limpia y uniforme totalmente.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2017.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Churchill, un líder humano.

Churchill es una figura indispensable del siglo XX. Ahora nos llegan sus dudas y sus temores sobre la operación Overlord, el desembarco de Normandía, en esta cinta homónima de Jonathan Teplitzky, vigorosamente interpretada en su conjunto, pero en la que domina con majestad y plena autonomía Brian Cox.
Cox resucita a Sir Winston. Compone un personaje íntimo, veraz en sus debilidades, y por ello portentoso. Un hombre empeñado en salvaguardar a una nación entera, Gran Bretaña, dueña de un imperio. Un político que reconoce sus errores, a los que teme por sus a veces funestas consecuencias, y que no está dispuesto a repetirlos.
Se avecina el Día-D, el Día más largo. El crucial momento de asaltar Francia, ocupada por los alemanes. La costa está fuertemente defendida. Se prevén muchas bajas y hace mal tiempo. El Canal de la Mancha puede ser la pasarela para la catástrofe, como lo fue en Gallipoli. Churchill se solidariza con los jóvenes soldados que deberán tomar una playa centímetro a centímetro bajo el terrible fuego enemigo. Discute con Montgomery y Eisenhower los planes de la invasión. En su opinión, hay que concentrar la batalla en el Mediterráneo, desgastando al Eje desde el sur de Europa. Ike y Monty no están de acuerdo y quieren jugársela abriendo otro frente en Normandía. 
Al final, el viejo león –que se aficionó a los puros en Cuba, mientras servía como cadete a las órdenes del general Martínez Campos—ha de claudicar. Él no es una pieza importante en la estrategia militar de la contienda; es una ficha fundamental en el organigrama político del Viejo Continente. Un líder carismático para su pueblo, el británico.
La película está llena de memorables paseos de Churchill por la playa. De primeros planos con su preocupación, con sus reflexiones. Y esos son los preciosos momentos que Brian Cox no descuida lo más mínimo para identificarnos con el individuo histórico. Es imposible no ver en Cox a Churchill, como también lo fue no identificar a Charlton Heston como Moisés, a Marlon Brando como Napoleón, o a Peter Ustinov como Nerón. 
Miranda Richardson –otra gran veterana—le da la réplica como su esposa Clementine. Una parte muy interesante del filme son las discusiones matrimoniales. Churchill era un hombre difícil, porque nunca estaba del todo en casa. Su sino era el Parlamento, la política, y durante la Segunda Guerra Mundial, los centros de operaciones. Mucha paciencia le reconoce él a su mujer, en esas condiciones poco aptas para la tranquilidad familiar.
El guion parte de una historiadora especialista, Alex von Tunzelmann, la fotografía (serena pero elocuente) es de David Higgs, y la ambientación de Chris Roope.
Película modesta, apartada de la espectacularidad de Dunkerque (Christopher Nolan, 2017), pero cercana y envolvente, con ese inigualable efecto especial que era, para Jack Lemmon, una buena interpretación.
Secundan a Churchill / Cox los mediorrelieves de Eisenhower / John Slattery y Montgomery / Julian Wadham.
La mejor secuencia de la película, la de la claudicación de Churchill ante su rey Jorge VI (James Purefoy).
Aconsejable visionarla en versión original inglesa. La dicción es excelente y los diálogos resultan sencillos. La buena vocalización de los actores es muy comentada por el público español. 
Quien ame la Historia europea del siglo XX, a quien le seduzcan emblemas como Churchill, debe ver esta película.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2017.

lunes, 1 de mayo de 2017

Un mundo paralelo.

El 31 de marzo de 2017 se estrenaba en los cines Cantábrico. Los dominios del oso pardo, un documental firmado y fotografiado por Joaquín Gutiérrez Acha, y producido por Wanda, con la colaboración de RTVE, Movistar + y otras entidades.
Valiéndose de las más modernas técnicas de travelling, entre ellas el uso de silenciosos drones dotados de cámaras de alta definición, Cantábrico nos acerca la hermosísima naturaleza del norte de España, esas montañas divinas, estribaciones de los Picos de Europa, con Brañavieja coronando, donde puso la Creación “auras de libertad, tocas de nieve,/ y la vena del hierro en sus entrañas”.
Gutiérrez Acha nos sube a las blancas cumbres, y nos baja a los musgosos valles, donde gravitan  los “bosques repuestos y sombríos,/ misterioso rumor de hondas y vientos”, apenas trastocados por la mano del hombre. El dominio de las familias de osos pardos, de machos en celo en pos de las hembras, del frágil urogallo, del lobo siempre majestuoso, del armiño codiciado por la antigua realeza, del salmón que vuelve a su charca, del gato montés, del rebeco, del ciervo acosado, de la víbora de seoane… Naturaleza que vive en un mundo paralelo, al margen de la presencia humana. No importa que caigan imperios o se alcen monarquías. Un mundo con sus propias leyes implacables, pero que se afana por respirar aire puro, que sobrevivirá siempre, si le dejan.
Esa naturaleza indómita, ajena a todo humano dictamen, es el mejor legado que podemos dejar a las generaciones futuras: un planeta libre como monumento vivo.
Ineludible el recuerdo del espectador a Félix Rodríguez de la Fuente, El hombre y la tierra: Fauna ibérica. Félix marcó un antes y un después del cine documental de escenarios naturales. No importa que adiestrara a las manadas de lobos y a las aves de presa. En la retina esas narraciones visuales suyas, portentosas y de una belleza efectista. Gutiérrez Acha, con mucha paciencia y solo contando con la suerte, aunque ya con mejores medios de grabación, ha conseguido abrir un amplio mirador a la grandiosidad del monte cántabro, con sus ráfagas que vienen del mar, sus ríos, sus brezos y pastos. Un documental imprescindible, que debería marcar lo que ha de ser el eterno presente de aquella naturaleza.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2017.

miércoles, 12 de abril de 2017

La Carlana y su guerra particular.

Agustí Villaronga ha adaptado con buen pulso, pero con acercamiento muy selectivo, la novela homónima de Joan Sales i Vallès (Barcelona, 1912-1983): Incierta gloria (2017). En su extracto, el director nos ofrece la cruda visión de la guerra que todo ser humano –alguno más que otro—lleva dentro. Una guerra de supervivencia, de amor, de dignidad, de defensa de la familia. Una guerra contra una sociedad formada por individuos que van a lo suyo, hasta cuando parece que se dejan manejar como marionetas, o cuando creen estar encarnando unos ideales bajo una bandera.
Esta es la historia de dramas personales en un frente de batalla de nuestra contienda civil, donde se preparan las defensas, pero donde los pelotones se dedican a todo, menos a luchar. Mientras, los civiles soportan con resignación cuanto les echen encima: lluvia, hambre, bombas o difteria. Señorea el pueblo una falsa mujer, La Carlana, viuda y con dos hijos pequeños. Hace amistad con un joven oficial republicano, Lluis, estudiante de Derecho, a quien presta una montura y a quien luego presionará para legalizar su situación de heredera de la mejor hacienda. Lluis coincide con Juli, su mejor amigo, un hombre despreocupado y temerario, que cruza de uno a otro frente como si nada, y que también es tentado por la oscura viuda. El relato que trenza Villaronga, a partir de la infinitamente más extensa geografía humana y argumental de Sales, no es tanto bélico al uso (una película más sobre la Guerra Civil) como sí propio de thriller o de cine negro. Levanta una Doña Bárbara a lo catalán. Pero, lejos de cualquier convención, huye de las tesis y de los etiquetados maniqueos y ofrece personajes de absoluta redondez, porque nadie es completamente inocente, ni culpable tampoco por entero. Nadie está libre de culpa para arrojar esa primera piedra que condene a muerte a quien queda en evidencia. La Carlana sobrevivió a las repetidas palizas de un padre animal, y Lluis está dispuesto a traicionar a su mujer Trini con ella. Porque este mundo no tiene nada de sencillo, y sí mucho de vano, de oportunista y de perro.
De la dirección de Villaronga destacaríamos la esmerada ambientación e intensidad narrativa que consigue con esta adaptación. Un “tempo” exacto y logrado. Una excelente dirección de actores –Núria Prims y Bruna Cusí, magistrales—y un exquisito manierismo formal, con una fotografía parda, que nos habla de una obra cuidada y con pretensiones de perdurar más allá del mes después de su estreno. Hay una secuencia en los viejos vagones de Metro de Barcelona de elevado mérito artístico.
Marcel Borràs está correcto como Lluis de Brocà. Oriol Pla luce mayormente como su amigo Juli Soleràs. Completan el reparto veteranos como Juan Diego, Terele Pávez, Luisa Gavasa y Fernando Esteso.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2017.

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La novela original de Joan Sales, escrita en catalán (Incerta glòria)  mereció el Premio Joanot Martorell de 1955. Se autorizó su publicación parcial un año después, en 1956. La versión no censurada no llegó a las librerías hasta tiempo más tarde, en 1969. El autor acometió diversas revisiones y ampliaciones del texto: 1971 y 1981. La traducción al castellano que efectuó Carlos Pujol para la Editorial Planeta en 1969, omite algunos pasajes políticamente escabrosos, como el de la proclamación de la República catalana por el coronel Macià, en abril de 1931. Esta traducción es la que se ha venido reeditando (Planeta, 2005; Destino, 2012; Destino / Austral, 2017). De ella, ofrecemos este pasaje:
«Es natural que incluso nosotros la veamos ya desvanecida entre las brumas del pasado, aquella guerra tan remota como nuestra juventud... y no obstante, como nuestra juventud, parece que fue ayer. O tal vez lo que ocurre es que yo soy un reloj parado; quizá todo reloj, cuando ha marcado la hora de la gloria, de la incierta gloria, se queda parado para siempre. No sin vergüenza confieso no haberme curado nunca ni de mi juventud ni de mi guerra. ¡Las llevo, las llevaré siempre en la sangre como una infección! Añoro las dos con una nostalgia tan culpable como invencible… aquel olor a juventud y a guerra, a bosques que arden y a hierba empapada por la lluvia, aquella vida errante, aquellas noches bajo las estrellas cuando nos dormíamos con una paz tan extraña; todo es despreocupación en la incertidumbre; ¡incierta gloria del corazón y de la guerra cuando tenemos veinte años y la guerra y el corazón son nuevos y están llenos de esperanza! La guerra es estúpida, quizá por eso está tan profundamente arraigada en el corazón del hombre; el niño juega ya a la guerra incluso si nadie se lo ha enseñado. La guerra es estúpida, sed de una gloria que no puede saciarse; pero ¿puede acaso saciarse el amor? ¿La gloria y el amor en este mundo? Y toda juventud no es más que la incierta gloria de una mañana de abril, la tenebrosa tempestad surcada por relámpagos de gloria, pero ¿qué gloria? ¿Qué gloria, Dios mío? Está el despertar; y los despertares son tristes, después de las noches de fiebre y de delirio. Quizá lo peor de la guerra sea que después viene la paz… Uno se despierta de su juventud y le parece haber tenido fiebre y delirio; pero nos aferramos al recuerdo de aquel delirio y de aquella fiebre, de aquella tempestad tenebrosa, como si fuera de ellos no hubiese nada que valiese la pena en este mundo. Yo no soy más que un superviviente, un fantasma; solamente vivo de recuerdos.»
"Incierta gloria" (2017)_Ficha Cines Renoir.
Sobre el autor, Joan Sales.