Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

lunes, 15 de febrero de 2016

Pederastas en la Iglesia Católica.


Podría haber suavizado este título, porque soy católico, aunque a mi manera. Pero pienso que las muchas lacras de una gran organización confesional, como es la Iglesia Católica, no deben esconderse. No hay que meter la pelusa debajo del felpudo, señores, sino limpiarla a fondo, para que no ensucie la casa. Al fin y al cabo, qué hizo Jesús de Nazaret cuando expulsó a voces a los mercaderes del Templo, sino impedir que siguieran a sus anchas, comerciando con las cuestiones del alma. O cuando advirtió seriamente contra quienes pretendieran escandalizar a los niños:

“En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: ¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos? Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene! Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos (…) De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños.” (Mt 18, 1-14)
Lo mismo se recoge del Señor en el Evangelio más antiguo de los canónicos, el de Marcos (v. cap. 9, vv. 36-37; 42). Lo que apunta a que son palabras ciertas y exactas, no una interpolación posterior. Es decir, Jesucristo consideraba sumamente execrable el pecado de perturbar a un niño, abusando de su inocencia, hasta ser merecedor de la condena a muerte.

Se ha estrenado estos días una película de casi obligada visión, para todo el mundo, pero en especial para los creyentes católicos. Se trata de Spotlight (Thomas McCarthy, 2015), con guion del propio director y de Josh Singer. La cinta reconstruye meticulosamente el proceso de investigación que sobre sacerdotes pederastas llevó a cabo el equipo homónimo de reporteros del diario The Boston Globe, entre los años 2001 y 2002. Partiendo del caso del párroco John J. Geoghan, a quien se permitió abusar de niños durante cerca de tres décadas, los reporteros siguieron la pista a otros sesenta y nueve curas católicos, sutilmente apartados de su oficio por su obispo con el eufemismo de “baja por enfermedad”. Así, descubrieron a través de los propios anuarios de servicios parroquiales, que un número considerable de presbíteros –dentro de la diócesis de Boston—eran suspendidos temporalmente de servicio, para seguir una terapia de rehabilitación, y reubicados después en otra parroquia, en la que, lamentablemente, se repetían los acosos y abusos a los menores. La Iglesia Católica contó con un acuerdo tácito privado con las familias de las víctimas, así como con el concurso de varios abogados simpatizantes, para impedir que se llegara a juicio y se desatara un escándalo de inusitadas proporciones.
Sin embargo, lo que ocurría en la diócesis de Boston, sucedía también en otros estados de la Unión, en México, en toda Latinoamérica (Argentina, sobre todo), en países de Europa, y en España (los casos de Comillas y Granada). Un mal generalizado que contaba con la ley de silencio del Vaticano, entonces comandado por el Papa Juan Pablo II.
El 53% de los suscriptores de The Boston Globe (del grupo The New York Times) eran católicos. Aun así, el nuevo director del medio, Marty Baron –bajo los auspicios de Peter Canellos--, no se arredró y ordenó al equipo Spotlight efectuar la investigación, llegando todo lo lejos que se pudiera, para hacer cambiar el sistema, y no que el asunto quedara como un hecho aislado. Una juez católica levantó el secreto de sumario, permitiendo a los periodistas ahondar en la verdad.
Varias víctimas de los abusos, traumatizadas por lo sufrido cuando eran niños, decidieron colaborar con el equipo del periódico, ofreciendo testimonios de primer orden.
La película de McCarthy tiene brillantez, pulso narrativo, buenas interpretaciones, y un interés que la acercan a la ejemplar Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976). Michael Keaton alcanza una luminosa sobriedad en su papel de jefe de redactores; por una vez le ha encontrado el punto exacto a su personaje. Lo secundan con esmero Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Brian d´Arcy James, John Slattery, Liev Schreiber y Jamey Sheridan. Una buena película de equipo, efectiva sin caer en efectismos, no quizá redonda, pero sí digna de recordarse y de volver a ver en el futuro. No cala con la enormidad de la magistral Veredicto final (Sidney Lumet, 1982), otro caso de corrupción moral, aquella vez en un hospital católico, que contaba con las bazas de Paul Newman, James Mason y Jack Warden; pero Spotlight tiene su mérito y su razón de haberse filmado hoy.
¿Cómo se puede mantener la fe en la Iglesia como institución después de casos tan lacerantes? ¿Cómo se puede ir los domingos a misa sin tener la seguridad de que la Iglesia vaya a reprobar, perseguir y castigar esos delitos a fondo? La Iglesia ha ordenado silencio durante largos años. ¿Cómo y por qué va a regenerarse ahora? ¿Va a ser, de verdad, una Nueva Iglesia? ¿Sin un Concilio reformista como el Vaticano II? Los últimos Papas, Benedicto XVI y Francisco, han intentado limpiar el parque, pero la hojarasca es tanta y la maleza tan viva, que los árboles crecen ahogados, y los senderos no llegan a verse. Ojalá que, en el Estado Vaticano y sus satélites, no se cumpla la vieja máxima de Lampedusa: “Es preciso que todo cambie, para que todo siga igual”.
© Antonio Ángel Usábel, febrero de 2016.