Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

sábado, 19 de marzo de 2016

Revertir los tópicos.

Joel Edgerton, un actor australiano de cuarenta y un años que no ha destacado en el cine, se ha pasado a dirigir, y nos presenta ahora El regalo (The Gift, 2015), una historia que parte de tópicos explorados y exprimidos hasta la saciedad por el drama para televisión.
Pero Edgerton, responsable también de la historia, le da la vuelta a lo esperado y tedioso, y construye un filme endiabladamente milimetrado, convirtiendo la simple y entretenida intriga en un mensaje de fuerte resonancia social. Porque se pasa del típico acoso a joven pareja de vecinos recién instalados en nueva urbanización, a otro tipo de acoso, con oscurísimas implicaciones y triste actualidad.
Una cruel y despiadada mentira puede arruinar la vida de una persona. Hay gente que, con sus mentiras, mancha, ensucia, desprestigia, extorsiona a personas, y aun sale triunfadora por ello. Este es el caso de El regalo.
Simon (el histriónico y rechinante Jason Bateman) y su esposa Robyn (excepcional Rebecca Hall, la cinta es ella) se trasladan a vivir a un lujoso vecindario. En una tienda de muebles, Simon recibe el saludo de un compañero de instituto, Gordo, al que desde entonces no ha visto. Inesperadamente, la pareja comienza a encontrarse con detalles dejados por Gordo en la puerta de su casa. Lo que parece en principio un noble gesto de amabilidad es interpretado pronto por Simon, celoso marido, como un intento de Gordo por acercarse a Robyn. Gordo, sin duda, es un introvertido fracasado que busca intimar con su bella mujer. Pero Robyn, que sufre sus propios estigmas, y que tampoco tiene facilidad para hacer amistades (trabaja desde casa asesorando en estilos a empresas), se siente en cierto modo atraída por el misterio de Gordo. Su inquietud y curiosidad aumentan tras recibir Simon un críptico mensaje de Gordo, en el que este le comenta: “Lo pasado, pasado está”.
La necesidad de Robyn por investigar, para saber más, tropieza con la opacidad de su marido Simon, cada vez más alterado y nervioso ante el acoso de Gordo. Simon –para entorpecer y alejar a Gordo-- lleva a cabo unas acciones que no comunica a Robyn. A partir de ese momento, la historia entra en una vertiginosa hélice de ADN –ninguna otra metáfora mejor, debido al desenlace del drama--, que lleva a la segunda parte de la película, donde el oro se transforma en oropel y el diamante en vidrio.
El regalo nos habla de triunfadores y perdedores, de individuos con estrella e individuos estrellados. Del código mefistofélico que rige el triunfo material: sé ambicioso, miente, engaña, no tengas piedad, y serás un número uno. Otra cosa es cuánto te puede durar tu lugar en la cumbre. Pues la Fortuna es esa rueda que gira constantemente, que te sube y te baja. Y si te humilla, te baja los calzoncillos o las bragas para hazmerreír de todo el mundo.
La película de Edgerton nos lleva a reflexionar, asimismo, sobre la crueldad en el trato a nuestros semejantes, y cómo esa crueldad puede conducir a su fatal perjuicio, e ingrato e inmerecido destino ulterior.
Buena oportunidad de lucimiento para una deliciosa y estilizada Rebecca Hall, actriz británica de sereno atractivo, que se merece más fortuna en el medio cinematográfico, con un bien ponderado Joel Edgerton, en su faceta de perdedor. Lo peor, ya lo hemos apuntado, la elección de Jason Bateman para el papel de marido afrentado. La guasa no desaparece de sus comisuras casi en ningún momento. Con ella el aire flemático, inverosímil, y que evidencia poca convicción y un escaso registro gestual.
El regalo conduce al espectador a su final con naturalidad, y consigue lo que se propone: que el público recuerde con pesar esas historias de daño, que unas veces se corrigen, y otras no. Porque el tiempo todo lo cura, puede, pero esa misma insensibilidad que crea es la locura del tiempo.
© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2016.