Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 21 de junio de 2015

Jurassic Ben-Hur.


Todo empezó con un circo de pulgas. De ahí a no hay que reparar en gastos para levantar un parque temático del Jurásico, media medio siglo de actividad empresarial encomiable. El sueño de un veterano emprendedor, John Hammond (Richard Attenborough). Jurassic Park se estrenó en 1993, y su director, Steven Spielberg, la montaba mientras dirigía en Europa La lista de Schindler, indiscutiblemente su obra maestra. Parque Jurásico se debió en parte a la imaginación de un maestro de la ficción científica, Michael Crichton (1942-2008) –a ratos, también él realizador de cine--, y en parte al talento de Spielberg para conseguir crear iconos de la cinematografía mundial. En Parque Jurásico se idearon unas cuantas secuencias antológicas, que ya están en la memoria colectiva: el tiranosaurio rex atacando un todoterreno y volcándolo, los velocirraptores registrando de cabo a rabo una cocina industrial. Todo, o la mayor parte, diseñado por un nuevo sistema digital, más realista y perfecto que la técnica de Stop-Motion (grabación fotograma a fotograma de unos modelos articulados). El primer Parque Jurásico marcó época, a pesar de tratarse de un filme de mero entretenimiento.
Ahora, en nuestro 2015, llega el más difícil todavía, Jurassic World (Mundo Jurásico), que viene firmada por Colin Trevorrow (co-guionista), a la mayor gloria de sus productores ejecutivos, Steven Spielberg, Frank Marshall, Jon Jashni y Thomas Tull. Porque se puede decir, sin ánimo de exagerar, que esta vez Spielberg se supera a sí mismo y ofrece un formidable espectáculo de 130 minutos, de ritmo galopante e impecable factura. No puede ser esta una cinta de palomitas porque uno hasta se olvida de que existen. La acción no decae ni medio segundo y, a pesar de contener los consabidos guiños al icono original, Jurassic World lo supera y minimiza ampliamente. Los numerosos plagios pasan casi desapercibidos. Estamos ante una obra maestra del cine de acción de los últimos tiempos, llamado a convertirse en un clásico moderno. Una película que apetecerá revisionar en familia con frecuencia.
 El cine de los setenta y de los ochenta se alimentó de catástrofes: trasatlánticos que volcaban por olas gigantes, rascacielos que se incendiaban, islas volcánicas que explotaban, terremotos que abrían brechas y fallas, aeronaves con problemas… Jurassic World bebe de esas fuentes: de unos personajes en riesgo, que han de escapar de un peligro mortal; algunos lo consiguen, otros mueren en el intento, para abono del morbo del espectador. Lo mismo sucedía con las luchas de gladiadores: unos sobrevivían, otros perecían en la arena, y su sangre fertilizaba el corazón de las masas, ávido de muertes y de acciones violentas. Por otra parte, está el cine de terror, los monstruos, los fantasmas, las criaturas anfibias que viven en los lagos y secuestran a la heroína, los zombis y cadáveres vivientes que cercan a sus víctimas en una casa. Hitchcock y sus admirables pajarillos inquietos y traviesos. De todo ello hay en Jurassic World, donde nace un alien transformado en saurio terrible, mimético, escurridizo, de fuerza descomunal e inteligencia maléfica y endemoniada. Quienes en la película original de 1993 eran los malos malísimos, los malvados irresolutos, aquí reinan como campeones en el combate contra la nueva amenaza. Porque no hay mal que por bien no venga.
 
 Como en las viejas producciones de sabor gótico, o en el regreso a bases lunares desiertas, los protagonistas visitan ruinas misteriosas, ancladas en el pasado, en las peregrinas cárceles de la invención. Otro acierto para crear una atmósfera de suspense.
Una dirección artística digna de los mejores platós de Cinecittà, que utiliza con apabullante esmero y delicadeza las técnicas de ambientación digital, hace de esta película, también, un soberbio homenaje al cine de masas: los planos generales del parque son colosales, hay cantidad de gente moviéndose. Se diseña un acuario enorme, para contener una bestia de las profundidades, y las gradas de los cientos de espectadores que asisten descienden bajo tierra para observar una mampara y, a través de ella, seguir los movimientos de la triásica criatura.
 El guion (Rick Jaffa, Amanda Silver) está bastante pulido, y ningún detalle parece haber sido dejado al azar. Las interpretaciones son plenamente convincentes, incluso superiores a los protagonistas de la cinta del 93. Chris Pratt, un magnífico naturalista Owen; Bryce Dallas Howard, su atractiva compañera de fuga; el veterano Vincent D'Onofrio, el creído de turno (gracias a los dinosaurios más feroces, no necesita pegarse un tiro en los lavabos, como en La chaqueta metálica). Los niños están muy bien, muy naturales: Nick Robinson (Zach) y Ty Simpkins (Gray). El que no parece estar muy a gusto, no muy cómodo fuera de su ambiente de suburbio parisién, es el nuevo Woody Strode europeo, el apuesto actor de color Omar Sy (Intocable, Samba).
Sobresaliente, una deliciosa experiencia para los sentidos este Jurassic World. Una de esas películas de acción y emoción que se agradecen, porque uno se mete de lleno con los personajes en el centro de la pantalla, se olvida del entorno (menos de los dinos, claro), y hasta de sí mismo.
Por añadidura, en el atrezo,  la nueva / vieja botella de Coca-Cola.
© Antonio Ángel Usábel, junio de 2015.