Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

jueves, 1 de mayo de 2014

Atrincheramiento.

El fenómeno español cinematográfico del año está siendo la comedia de Emilio Martínez Lázaro Ocho apellidos vascos (2014), que ya supera de recaudación los 44,5 millones de euros y los siete millones y medio de espectadores.

Pese a su repentino y desmesurado éxito comercial, no he podido sino asistir entristecido a su proyección, pues me parece una cinta con un guion poco elaborado y, desde luego, nada sutil. Escasamente tiene que ver este estilo de comedia, sazonado con sal gorda, con la elegante planificación y muy fina ironía de Frank Capra, Billy Wilder, George Cukor, Howard Hawks, o incluso nuestro magistral Luis García Berlanga.
Ocho apellidos vascos ofrece una visión estereotipada y ridícula de Euskadi, presentando a sus ciudadanos como cerriles cromañones, atrincherados en su feudo norteño contra la “invasión” de cualquier otra parte de España. La historia se resume en poco espacio: Rafael, un andaluz trianero (Dani Rovira) se encapricha en Sevilla de una muchacha vasca muy vasca; la chica, Amaia (Clara Lago), desaparece olvidando sus efectos personales. Por consiguiente, el sevillano viaja hasta Euskadi con el propósito de devolvérselos y conquistar a la joven. Pronto percibe que lo mejor, para no desentonar demasiado allí, es simular acento vascuence y aparentar ideas abertzales. Aparece el tercero en discordia, Koldo, un rudo pescador de bonitos (Karra Elejalde), más vasco que un bacalao a la vizcaína. Padre de la chica, se ilusiona con las expectativas de boda. Se une al trío una cacereña (Carmen Machi), exesposa de guardia civil, contenta con vivir en aquel emporio, que se hace pasar por madre del candidato a novio.
Y así, sin saber comprensiblemente más que cuatro palabras de euskera batúa, Rafael se gana la simpatía de Koldo y se mete en el bolsillo a la pandilla de alborotadores locales, que, cejijuntos desamparados ellos, le consideran de su familia y otros animales. Al fin y al cabo, los vascos –como los pasiegos-- siempre han sido poco amigos de los razonamientos largos.
 A costa de un embrutecido y bravucón carácter vasco, se desgrana la idea de que aquello no es como el resto de la Península, sino más bien una pequeña aldea gala que se resiste al invasor. Las pocas veces que Hollywood ha presentado en sus películas a los vascos, los ha hecho lucir cómicamente boina y pañuelo pamplonica; estoy pensando en, por ejemplo, Fiesta (1957, de Henry King) o en El pasaje (1979, de J. Lee Thompson). Pero Hollywood es Hollywood, y queda muy lejos. Lo lamentable es que siendo Euskadi una parte importante de la riqueza cultural de nuestro país, se haga delito y mofa de ella como si nada. Porque –señores guionistas—no se es más español por ser de Sevilla y del Betis. Mal defendemos la riqueza cultural de España con insinuaciones tan pobres y sesgadas como esa. Los tiempos en que el andaluz fue colono ya pasaron. También aquellos otros en que lo hispano era solo la mantilla, el jerez y el abanico. Se olvida de que, en Vascongadas, la poesía popular –y no ya el fútbol-- llena los escenarios deportivos con montones de aficionados sensibles. De que hay una literatura minoritaria, pero arraigada en el alma del pueblo, porque no conoció casi nunca una forma escrita. Así también son los vascos, cuyo craso error ha sido acentuar su idiosincrasia tomando de enemiga a la madre patria, y alimentando en los de Madrid la sensación de que ni son como los de Castilla ni pueden serlo. Nadie les pide que lo sean. Llevo yo sangre vasca y montañesa y me quiero sentir vasco cuando visito Donostia, lo mismo que catalán si voy a Barcelona o santanderino si estoy en Santander. Porque soy español y defiendo que el alma de todas esas regiones conforma lo nuestro, lo hispánico. Todos habitamos esta tierra de conejos que se expandió al mundo en el siglo XV. Junto a Colón viajaban en las naos muchos marineros y cartógrafos vascos, como Juan Vizcaíno de Lacoza, Juan Ustobia, Pedro Bilbao, Juan y Txomin Lequeitio, y varios más en sus secundarias singladuras. Se puede decir que se llegó a América gracias a la pericia y esfuerzo de los navegantes vascos. ¿Por qué, entonces, presentar al vasco –frente al resto de España-- como un enigma histórico?
Tal vez es Merche –el personaje encarnado por Carmen Machi—la única que sintoniza con la realidad natural de Euskadi, al haberse quedado a vivir en esa tierra de adopción. Con su gesto declara que Euskadi merece un mejor trato, como luchó por ello con firmeza Iñaki Azcuna, emérito y difunto alcalde de Bilbao. Había que deshacer la mala prensa que los intolerantes radicales difundían de la tierra vasca, pues en ella –aun respetando y amando sus costumbres—debe haber un lugar para todos. Para el vasco y el no vasco. Por igual reciprocidad, hay que acoger con cariño al nacido en Euskadi en cualquier región española. Y hay que amar lo vasco, porque forma parte de nuestro aliento peninsular. No obstante, don Pío Baroja, que era de San Sebastián, compró su casa en Vera de Bidasoa, merindad de Navarra, por si acaso.

 Las interpretaciones en Ocho apellidos vascos son correctas, y los actores hacen lo que pueden con sus personajes, en especial Clara Lago como Amaia  --sobresaliente--, y Carmen Machi y Karra Elejalde en sus respectivos. Pero la parcialidad del guion asfixia el discurrir de la historia, impidiendo que fluya con naturalidad; los episodios están encorsetados dentro de la sola dirección que interesa.
La película defrauda, sabe a poco. No se han sabido aprovechar, por ejemplo, los paisajes naturales de la costa cantábrica y de los valles del interior. Tampoco vemos un panorama humano cotidiano que equilibre el tono monocromo de lo narrado. La ausencia de hábiles secundarios lastra el material, ahogando cualquier polifonía de la partitura. La teatralidad acartonada de la filmación solo sirve para recordarnos que tenemos un país vistoso y rico, plural y seductor. Un verdadero crisol de gentes.
 
Euskadi se merece mucha mayor atención y un mejor trato en nuestro cine. Hay que hacer más documentales sobre Vascongadas, como también de las demás regiones españolas, tengan lengua local propia o no. Aunque a menudo en clave de comedia haya que aceptar ciertos disparates, hay siempre que hacerlo con ternura y con una sonrisa de todo corazón.
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2014.