Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Salgado, ojo avizor.


Han llegado a nuestras pantallas, en alta definición, las colecciones de fotografías testimoniales del fotoperiodista brasileño Sebastião Salgado, en el impresionante documental La sal de la Tierra (Francia, 2014), de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado. Este largometraje gráfico obtuvo el Premio Especial del Jurado en el último Cannes, y el Premio del Público en el Festival de Cine de San Sebastián.
El documental de denuncia tiene ya su larga trayectoria: desde Las Hurdes, tierra sin pan, que firmara Luis Buñuel en 1932, pasando por el estremecedor sahumerio Noche y niebla (1955), de Alain Resnais, hasta Este perro mundo (1962) y la magistral e imprescindible Shoa (1985), de Claude Lanzmann.  Cintas vigorosas destinadas a advertirnos de nuestros terribles errores y dolores, cuando no de nuestra idiosincrasia.
El título de la cinta de Wenders / Salgado vampiriza el del filme-denuncia de 1954 The Salt of The Earth, debido al cineasta filocomunista Herbert J. Biberman, muerto de cáncer de huesos en 1971. Era aquel un retrato de las sórdidas condiciones laborales arrostradas por los “espaldas mojadas” en las minas de zinc de Nuevo México; sus reivindicaciones para recibir un sueldo y un trato justo, paritario al de los trabajadores anglos.
Los hombres –especie llamada a dominar el mundo—podemos ser “la sal de la tierra”, sí. Nos lo reconocía Jesucristo en el Evangelio según San Mateo: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres” (Mt 5, 13). En nuestra mano está conservarnos como especie reconciliada, y preservar el mundo que habitamos, que explotamos, y que tan desigualmente repartimos. Es un desafío al sentido común. El hombre, capaz de grandes maravillas –la exploración del espacio, la inteligencia artificial, la nanotecnología, la biomedicina--, es también causante de los mayores desastres: la guerra, la violencia, las hambrunas, la codicia, la ruindad e ingratitud.

Sebastião Salgado, economista de formación y de primera profesión, decidió hacerse fotoperiodista –con el apoyo de su mujer, Lelia—a partir de 1973, cuando dio a conocer sus primeras imágenes antropológicas. Se dio cuenta de la oportunidad que tenía de recorrer el globo en intervalos de ocho y diez años, recogiendo instantáneas de diversas culturas y formas de supervivencia. Trabajó para las agencias Gamma y Magnum, antes de ser independiente, con series como La mina de oro de Serra Pelada, Otras Américas, Trabajadores, Éxodos, Génesis… En 1998, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Salgado retrata, preferentemente, en blanco y negro, que es el tono ideal para el docudrama, por sus claroscuros. Concienciado de la urgente necesidad de rehabilitar los paraísos naturales, transformó el desértico latifundio de su padre en un vergel, al repoblarlo con especies selváticas.

 La película de Wenders y de Juliano Ribeiro Salgado hipnotiza por esas imágenes tan firmes y elocuentes proyectadas al espectador en pantalla grande. Vemos, con asombrosa nitidez, las escaleras humanas de la Sierra Pelada, al norte de Brasil, esa Babel en huidizos filones de oro que apenas posibilitaba el complejo equilibrio a quien se quedaba quieto, y que hacía ricos, por turnos, a los aventureros más variopintos (después de vomitar hasta catorce toneladas de oro anuales, el profundo hoyo se inundó en la década de 1990). Constatamos la raza de los corredores tarahumaras, y deploramos las matanzas étnicas de Ruanda, así como las epidemias y bestiales hambrunas de Etiopía y Sudán. Salgado se recrea en el horror, en el espanto de cadáveres famélicos y niños desnutridos, hasta el punto de levantar ampollas y las críticas de colegas norteamericanos, por lo que consideran una trivialización de las miserias humanas para montar con ellas esos álbumes bonitos. Pero Salgado también ha ofrecido un acercamiento a otras culturas vírgenes, todavía inexploradas, como la de los indios Z’oe, en el norte de Brasil, o la tribu Yali, en Papúa Nueva Guinea. En cierto modo, y salvando, por supuesto, mucha distancia, Salgado lleva una trayectoria profesional y sensitiva similar a la de la discutible Leni Riefenstahl, adalid del propagandismo nazi en sus obras de los años treinta, y embajadora de otros pueblos menores en su madurez tras la guerra.

Hemos de reconocerle su enorme mérito de dejar testimonio de nuestra época, tanto de la belleza como de la peor barbarie, y de alentar a la especie humana a cuidar y sanear el planeta en que vive. Con su trabajo fotográfico, “nos ha abierto los ojos” a la otra realidad, nuestra pero tan alienada, él, que se mantiene con su lente expectante, siempre ojo avizor.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre de 2014.
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Wenders sobre Salgado.

Otros reportajes sobre Sebastião Salgado se pueden ver en You Tube:
Sebastiao Salgado, The Spectre of Hope (2000)
Sebastião Salgado, O drama silencioso da fotografía
Sebastiao Salgado, Fotos.

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