Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

domingo, 10 de febrero de 2013

"Mamá" (2013), la atracción del abismo.

“Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca […] La noche comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... “Ven, ven...” […] Y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un beso... Fernando dio un paso hacia ella..., y otro..., y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve...” Este párrafo corresponde al desenlace de Los ojos verdes (1861), famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, nuestro más sugerente autor de relatos terroríficos.
La película que ahora financia Guillermo del Toro y que dirige Andrés Muschietti se basa en un cortometraje homónimo de este último, de poco más de tres minutos, realizado en 2008. Dos niñas de corta edad, Victoria y Lily, tratan de escapar de su madre, una criatura horrible y demoníaca que se acaba posesionando de una de ellas. El largometraje de 2012 (estreno 2013) expande la idea original: dos hermanas sobreviven a un accidente de coche y se refugian en una cabaña habitada por una extraña criatura. Cinco años después, su tío las encuentra en un estado semisalvaje y se las lleva a vivir consigo. Tras sufrir un grave accidente casero, es su novia quien se hace cargo de ellas. Pero no están solas: su madre adoptiva las ha acompañado desde el bosque. Un ser horripilante, como una columna de fibra y de pelos, que se contorsiona y brota de las paredes o se oculta en el fondo de un armario empotrado.
Ese inquietante ser es un fantasma del pasado, alguien que perdió lo que más amaba al borde de un abismo y que, desde él, como en la leyenda de Bécquer, convoca a sus víctimas para precipitarlas al vacío.

La función de toda buena película de terror es entretener y, sobre todo, asustar. Mamá consigue ambas cosas con una maestría fuera de lo habitual en este tipo de producciones. El argumento transcurre entre las paredes de una amplia casa, que resultan ser la claustrofóbica trampa donde se mueve a sus anchas un espectro terrorífico, vaporoso y mutante, sugerido por el alma acuática de Lo que la verdad esconde (Robert Zemeckis, 2000), filme igualmente eficiente. Las polillas que frecuentan los cadáveres surgen de los muros y vaticinan la materialización del engendro. La presencia sale del armario, escala las paredes, cruza por los vanos del fondo, salta al primer plano, en un juego de sustos similar al de un buen Pasaje del Terror. Los espectadores estallan en agudos y prolongados gritos propios de montaña rusa. Apenas hay descanso. Prevalece un clímax casi continuo.
Los niños suelen tener mayor facilidad para entender a los espíritus. Lo comprobamos en la serie Poltergeist. Muschietti escarba en esa línea y explota la idea de amenaza que pende sobre las pequeñas. Como sucedía en El exorcista (1973), aquí también hay un psiquiatra muy superado por la dimensión sobrenatural del drama. La atmósfera evocadoramente gótica de la criatura y de su pasado en un manicomio espectral, contribuye a intensificar el tono malsano de la historia. Una película lograda, pese a moverse entre tópicos, por encima de la superficialidad media, con notables efectos y óptimas interpretaciones infantiles de Megan Charpentier e Isabelle Nélisse. Los asomos repentinos del monstruo en pantalla parecen proceder de Historia macabra (Ghost Story, John Irvin, 1981), una de las mejores cintas de terror clásico, donde el fantasma vengativo de una joven acosa y aterroriza a unos ancianos que tuvieron que ver con su desgracia. Por supuesto, la idea de la madre celosa y posesiva es de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), sin duda, el mejor largometraje de terror que se haya filmado.

En cuanto a la estética de la criatura de la madre, desmesuradamente alargada, sin duda se inspira en los retratos de Amadeo Modigliani (1884-1920), sobre todo en uno de ellos, misterioso, atípico e inquietante: Desnudo doloroso (Nudo dolente, 1908). Modigliani, a su vez, era seguidor de las propuestas simbolistas de Edvard Munch (Madonna, cinco versiones entre 1894-95) y del escultor e ilustrador belga George Minne (1866-1941). De Minne toma Modigliani la expresión más dolorida del placer, plasmada en ojos almendrados y opacos, unos brazos muy largos y unas manos crispadas como garras. Los ojos ciegos miran tanto para fuera como para dentro. La faz es icónica, despersonalizada. La figura entera es expresión de un corazón tortuoso y apenado.

En el caso que nos ocupa, la criatura de la madre ha sido elaborada por Javier Botet, quien viene trabajando en cine desde 2005. Botet padece el síndrome de Marfan, que también aquejó al faraón Amenofis IV (Akhenaton). Esta dolencia provoca la hiperlaxitud de los tejidos, con una elevada estatura y un alargamiento anormal de brazos y piernas. No obstante, el influjo de Modigliani en los ojos neutros y el estiramiento, y el de Minne en la madre que lleva sobre el hombro a un bebé desnudo, se antojan evidentes.
No es fácil contentar con una película de horror, habitualmente designada como subproducto cinematográfico. Sin embargo, grandes directores coquetearon con el reto, como el mencionado Hitchcock, o Roman Polanski (La semilla del diablo, Rosemary’s Baby, 1968). Lo importante de un filme así es que lo irreal no desentone demasiado con lo natural. Que el espectador se convenza de que eso puede estar sucediendo naturalmente. Mamá, de Muschietti, no deja que el público piense demasiado sobre las posibilidades de lo que está viendo al seguir la táctica de volver imprescindible cada escena. Ello sucede también en otra de las cumbres vitales del terror, La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976), que cuenta, además, con la lacerante partitura maestra de Jerry Goldsmith. Cine de niño emparentado con la materia oscura, al igual que la sobresaliente La huérfana (Orphan, Jaume Collet-Serra, 2009).
Mamá es una notable historia de fantasmas, pero no es la mejor, circunstancia que recae, a nuestro juicio, en un clásico muy poco visto de 1944, Los intrusos (The Uninvited, Lewis Allen), excepcional largometraje de fantasmas femeninos que bajan por una escalera en un caserón junto al mar. Por supuesto, si de visión desdramatizada se habla, hay que citar la maravillosa y única El fantasma y la Sra. Muir (Joseph Leo Mankiewicz, 1947). No podemos olvidar, por supuesto, la aportación de Henry James, Otra vuelta de tuerca,  adaptada por Truman Capote: Suspense (The Innocents, Jack Clayton, 1961), donde las lágrimas de un espectro resultan ser huellas reales. Más recientemente quedaría Al final de la escalera (The Changeling, Peter Medak, 1980), magistral ejercicio, con un George C. Scott que no se iba a prestar a hacer cualquier tontería. Y a la mitad, La leyenda de la mansión del infierno (John Hough, 1973), sellada por las escalofriantes interpretaciones de Roddy McDowall y Pamela Franklin.
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Más sobre "Mamá" (2013) en "Onmadrid".

Acceso al cortometraje "Mamá" (2008).


Vídeos de Javier Botet. 


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