Al finalizar el otoño de la edad
media, muchas personas quedan condenadas a sobrevivir con los recuerdos
del pasado. La aniquilante soledad, la
desconfianza hacia los demás, y la inquietud por su oscuro porvenir cercenan su
mente, cada vez más confusa y agrietada. Es este el tema de la primera parte de
Tabú
(2012), esa exquisita joya cinematográfica en blanco y negro que nos regala el
joven cineasta portugués Miguel Gomes
(Lisboa, 1972). El largometraje, tercero de su creador, obtuvo los premios FIPRESCI
y Alfred Bauer en el último Festival de Berlín.
La primera mitad de Tabú, sus primeros cincuenta minutos, nos presenta el drama de una anciana senil, llamada Aurora (Laura Soveral), ludópata por efecto del cariño y del amor que una vez tuvo, y que perdió. El juego representa la necesidad de recuperar esa ausente caricia de otro ser humano. La atiende su fiel criada negra Santa (Isabel Cardoso). Cuando falta el dinero en casa, su vecina Pilar se preocupa por ellas y procura ayudarlas. Pilar (Teresa Madruga) es una mujer soltera, madura, altruista y solitaria, cuyo único amigo es un pintor de óleos horribles, un hombre simple, de buen corazón, mitómano e infantil. Ambos coquetean inocentemente el uno con el otro, como figurines desprendidos de un tapiz renacentista. Pilar se vuelca en Aurora, hasta que esta enferma y se la ingresa en el hospital. Antes de morir, la anciana garabatea el nombre y la dirección de una persona, un tal Ventura.
Pilar investiga el paradero de
ese Ventura, y lo descubre en un asilo. Entonces Ventura cuenta la historia de
Aurora: ella tenía una granja en África, en la falda del monte Tabú… Comienza Paraíso, la segunda parte del drama. Una
segunda mitad bellísimamente rodada sin diálogos, con la voz en off del propio
Gomes como narrador, con ajustadas canciones melódicas y estratégicos sonidos cotidianos. Aurora (Ana
Moreira) fue una bella mujer sensible, instruida, con un trastorno bipolar, y dueña
de una plantación de té. Casada con un compañero de estudios, conoce a unos
vecinos, y se enamora de uno de ellos, Ventura (Carloto Cotta), un buscavidas
bisexual con el que mantiene una tórrida relación infiel. Ese hombre era el que
ella hubiera deseado para sí. Pero Ventura no tiene arrestos suficientes, y
decide trazar su propia novela por separado, aun cuando no olvide nunca a
Aurora.
La vida nos juega a menudo muy
malas pasadas; la de no conocer a la pareja ideal a tiempo, en el momento
preciso, es una de ellas. Gomes recrea esos días de ocio vividos en África con
acentuada nostalgia y suave romanticismo: las cacerías de búfalos, las
reuniones de amigas, los bailes, el grupo musical con Ventura a la batería… Los
objetos que ayudan a combatir el esplín, como esa mesa de ping-pong empapada
por el aguacero, o el estanque con la cría de cocodrilo, dan un toque de
hechizado sentir al desprendimiento de cada tarde.
Tabú, sobresaliente, encierra el don magistral de la sencillez, el
lirismo hondo que puede alcanzar el lenguaje fílmico alejado del artificio
grandilocuente. Nueva demostración también de que el blanco y negro facilita
que la historia adquiera el verismo del reportaje. Son dos películas en una, de
las cuales la segunda está llamada a permanecer en la memoria del espectador
por la intensidad de un amor recitado. Ciertamente, la experiencia de Ventura y
Aurora en África rezuma la completa emoción de las viejas latas de dieciséis
milímetros encontradas en el desván. La magia del pasado hecho cine para
deleite de quien quiera revivirlo.
Más detalles sobre esta película.
Crítica tibia.
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Crítica tibia.
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