Orson, mago de primera.

Orson, mago de primera.

viernes, 1 de julio de 2011

La escapada.

Las afueras de Roma, un día caluroso y festivo de agosto. Un play boy, Bruno Cortona (Vittorio Gassman), pide usar el teléfono de Roberto, estudiante de 4º de Derecho que prepara sus exámenes ante el retrato de su madre. Roberto (Jean-Louis Trintignant) es un muchacho retraído, enamorado platónicamente de una joven vecina. No tiene amigos y nunca sale a divertirse. Bruno es un vendedor flemático que desborda cinismo, vitalidad y simpatía. Conduce un pequeño descapotable con una bocina estridente de coche de feria, que hace sonar para llamar la atención. Bruno convence a su nuevo amigo Roberto para que salga a divertirse con él ese día, a correr mil aventuras. Es como si un Quijote jovial decidiera visitar a un sesudo Bachiller Sansón Carrasco para pervertirlo y volverlo mozo ibicenco. Bruno se lleva a Roberto, quien poco a poco va tomando gustillo a las desenfadadas ocurrencias de su loco captor. Como en la magna novela de Cervantes, vemos cómo se entrecruzan gradualmente las dos personalidades, cómo Roberto va adquiriendo las señales de Bruno, y cómo Bruno es capaz de serenarse también y ser celoso padre de la imponente belleza de Catherine Spaak. Porque, al fin y al cabo, Bruno y Roberto no son tan diferentes: ambos arrastran su soledad, aunque la ocultan de un modo distinto: Roberto, enfrascado en sus libros en el cuarto de estudio; y Cortona dando bocinazos por doquier y no teniendo donde caerse muerto. "Mejor que aproveches ahora y llames a esa chica. Si no, mírame a mí; luego se llega a mi edad, y estás más solo que la una", recomienda el play boy a su joven discípulo.


La escapada (Il sorpasso, 1963) es una tragicomedia fresca, lozana, que no ha envejecido un ápice, rodada con aire de tuna y que ensambla las secuencias con inspirada pericia. Sencillamente de antología la escena en que Bruno, que ve a Roberto preocupado por que les pongan una multa por aparcar mal, toma la amonestación puesta a otro vehículo y se la pone al suyo, para protegerlo como ya multado. Y encima ironiza: "Nosotros los automovilistas tenemos que ayudarnos". Después van a visitar a los unos parientes de Roberto que viven en el campo y se las arregla para que el tío le regale un viejo reloj de pared, mientras comenta el carácter afeminado de "Ojo Fino", el mayordomo. Así hasta dar con la que fue familia de Bruno, su mujer --escultural belleza interpretada por Luciana Angiolillo--, y su hija Lily (Catherine Spaak), quien está alternando con un hombre rico que podría ser su padre. Sigue y sigue la diversión, agitada por excepcionales ritmos italianos de siempre, hasta que, en la última curva, yace agazapada la sonrisa agridulce del tragabolas o del payaso triste.

El mismo título de La escapada alude a una huida, a una quiebra de los cerrojos de una prisión: los convencionalismos de la vida moderna de ciudad, la apatía, el corsé de un rol impuesto, trasluciendo a diario la soledad que se lleva consigo allá donde se vaya. "Vamos a escaparnos" de la rutina por unas horas, por unos días; vamos a gritar, a reír, a relajarnos, a dormir al raso en la playa, a quemar las pocas liras que guardamos en los bolsillos. A recordarnos vivos, libres, rotundos, absolutos.

Pero todo ello es efímero, y tiene su precio. Porque los héroes mueren jóvenes para no alcanzar nunca a los dioses. Poco antes de morir, Roberto dice a su amigo que esos dos días han sido los más felices de su vida. Bruno, imprudente, siega la juventud de Roberto, y contempla consternado el herocidio. Roberto se ha ido, se ha marchado para siempre, y ya nunca conquistará a su chica, ni se licenciará en leyes. Pero, a cambio, ha sido feliz. Unas horas de felicidad por una vida entera. ¿Realmente le hubiera compensado una vida entera? Una vida olvidado de vivir. Y deja atrás a Cortona, que quizá ya no vuelva a ser el mismo Bruno, sino otro hombre, aún más hundido en su desgracia.

"El personaje [de Bruno] no era nuevo --anota Terenci Moix en Mis inmortales del cine: años 60--, pero Gassman lo vistió con tantos matices, que marcaría un hito en la comedia cinematográfica italiana. Y el viaje por un país que ya se iniciaba en la società del benesere queda hoy como un documento histórico de gran valor".

La escapada es un verdadero REGALO para todos los gustos, una ola de placer de cine eterno, inmortal, imperecedero. Una obra maestra tocada por el estado de gracia de DINO RISI, su guionista y director. Sin duda, una de las más brillantes películas italianas de todos los tiempos. De obligado visionado.

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[Vittorio Gassman (Génova, 1922) era un hombre de teatro, como se encarga también de recordarnos Terenci Moix. Creó el Teatro Popular Italiano, una compañía ambulante que representaba bajo la estructura de una enorme carpa (que acabó en El Cairo). En sus giras fue Edipo, Hamlet, Ricardo III, Prometeo, Otelo, Yago, Agamenón, Orestes, Stanley Kowalski, y otros muchos personajes. Gassman había hecho cerca de cuarenta obras teatrales cuando le llegó su primera oportunidad en el cine, en 1946, junto a la diva Marina Berti, la guapísima esclava Eunice de Quo Vadis? El melodrama se titulaba Preludio de amor. Después de sonoros tropiezos, comenzó a despuntar en cintas notorias como Arroz amargo (irresistible Silvana Mangano, claro), The Glass Wall (1952, junto a Gloria Grahame), Guerra y Paz (1956), Rufufú (1958), La gran guerra (1959), Fantasmas de Roma (1961), Perfume de mujer (1974; también de Dino Risi, y donde consigue una de las mejores interpretaciones de toda su carrera, al dar vida a un militar ciego y retirado enamorado de todas las mujeres; el remake lo consiguió dos décadas después el gran Al Pacino en Esencia de mujer, 1992). En sus últimos años, dominados por la decadencia y la depresión, volvió al teatro, escribió sus memorias y se dedicó a la reflexión penitente en un convento, donde pasaba largas estancias. Le gustaba añorar el pasado y enaltecer el cine patrio de los sesenta. Falleció en Roma, de un infarto, el 29 de junio de 2000]

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Dino Risi firma también otra curiosa película de 1981, Fantasma de amor (Fantasma d'amore), esta vez con Marcello Mastroianni y Romy Schneider. Un hombre maduro, casado con una mujer tradicionalista y exigente, se encuentra un día en el autobús a una señora ajada que dice conocerlo. Ambos fueron apasionados amantes en otros tiempos. El hombre indaga en su pasado y un amigo médico le comunica que aquella mujer murió tres años atrás. Sin embargo, los encuentros se repiten, y en ellos la mujer recupera su esplendor juvenil de antaño. Nino, que así se llama el protagonista, la visita en su palacete, habla con ella por teléfono, la pasea en barca... Ve cómo cae al agua y se ahoga accidentalmente. Pero, en realidad, ella nunca está ahí, donde se la mira, donde se la ve... Una huella inquietante, fantasmal, que sería algo así como la versión italiana de esa pieza maestra que es Jennie (Portrait of Jennie, 1948, de William Dieterle), donde un pintor bohemio (Joseph Cotten) descubre un filón de oro al retratar a una chiquilla (Jennifer Jones) que entra y sale de su vida. Eben ve a Jennie primero como niña, luego como joven mujer adolescente. Jennie no existe; es un fantasma, y el desenlace tiene lugar en unos acantilados, junto a un faro azotado por la mar en dura galerna. Una deliciosa historia que mezcla el romanticismo con su soporte básico, lo sobrenatural, como igualmente acontece en El fantasma y la Sra. Muir (1947, Joseph Leo Mankiewicz), emotiva como pocas, imprescindible joya en blanco y negro y obra maestra del cine.

Fantasma de amor logra seducir por su aura inquietante y malsana, por sus ribetes de terror gótico. Hay una secuencia, sobrecogedora, con Nino allanando el viejo palacete provinciano y viendo bajar a su amada por la escalera en sombra. Una silueta negra desciende hacia el espectador, que se sobrecoge por momentos ante lo que pueda ser un espectro de tez horripilante y mirada perversa, cuando en realidad es una aún bellísima señora, con las facciones de la aristocrática Romy.

Riz Ortolani firma la banda sonora del filme, cuyo tema principal es casi un solo de clarinete, interpretado de lujo por Benny Goodman.

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